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Algunas ya nos conocéis. Otros aún no, y estamos deseando teneros entre nosotros.

La historia de nuestra farmacia es tan única como cada uno de nuestros clientes. Por eso hemos querido compartirla con todo el mundo a través de una entrevista que realizaron a mi madre en La Voz de Galicia en 2008 y que he querido rescatar.

Detrás de nuestra original fachada hay todo un equipo dedicado a dar lo mejor de sí para mantener vuestra confianza en nosotros. Esperamos que os guste.

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historia

nuestra aventura vital

Generosa Casariego Carballés y su hija Marta Amat Casariego pertenecen a una larguísima saga de farmacéuticos, con varias ramificaciones. «Mi abuelo Emilio Casariego Gayol nació en 1853 en Tapia y regentó la farmacia en Vivero, que hoy es de unos sobrinos míos», cuenta Generosa. El primer boticario de la familia tuvo tres hijos, Pedro, José María y Emilio Casariego Baltar. La botica de Pedro, en Burela, pasó a Emilio Casariego Carballés, en regencia, y de él a su hermana Generosa , quien acabó vendiéndola a la más joven de sus ocho vástagos, Marta, la única que ha seguido la profesión y que hoy regenta la farmacia, en la calle Arcadio Pardiñas de Burela.

Generosa se crió en la farmacia de su padre, en la esquina de la calle Pastor Díaz, en la plaza Mayor de Vivero (para esta mujer de fuertes convicciones, memoria privilegiada y un gran sentido del humor están vetadas las palabras Viveiro y viveirense). «Me encantaba la farmacia de antes, hacer píldoras, supositorios? Y las tertulias, había un ambiente tan familiar y tan bonito. Ahora con tanto ordenador no me gusta. Me acuerdo de una época, en 1956, que hubo una gripe en España y no había antigripales, se habían acabado las aspirinas y hacíamos píldoras con quinina», relata.

Estudió Farmacia en Santiago, con su hermano Emilio, un año más joven, «y mucho mejor que yo», afirma en reiteradas ocasiones. Y en mayo de 1957 adquirió la botica que había pertenecido a su tío Pedro, en Burela. En 1958 se casó por poderes con otro vivariense, Francisco Amat Fernández, que entonces trabajaba en Guinea Ecuatorial; y el Colegio de Farmacéuticos le concedió un permiso para viajar al país africano.

Durante su ausencia, que se prolongó durante casi un año, su padre regentó la botica burelense desde Vivero. De su estancia en Guinea guarda recuerdos entrañables: «Vivíamos en una casa con dos nigerianos, que no entendían nada, ni nosotros a ellos ni ellos a nosotros. Hablábamos en pichinglis. Fui feliz, me quedé embarazada y le alquilé a un nativo una máquina de coser de mano para hacerme la ropa». El regreso se precipitó por la enfermedad de su marido.

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De vuelta a casa, se hizo cargo de la farmacia, la única que existió en Burela hasta 1970 (había otra en Cervo). «Primero estuvo en la carretera general, en una especie de bajo, tan pequeñito que los medicamentos, algunas ampollas, las tenía que colocar de lado y escribir el nombre". Así hasta 1962, cuando se mudó a la calle Pascual Veiga. Hasta septiembre del 2008, cuando se produjo la mudanza definitiva, ya en manos de Marta.

Generosa destaca que aquel pueblo no se parecía nada al de ahora, con poco más de mil habitantes, sin apenas calles ni servicios; y elogia a los vecinos. «A Burela la levantaron el mar y la gente, ellas trabajaban en el terreno y ellos salían a pescar, cuando venían iban haciendo las casas. Aluminio le dio un empujón, pero el mérito es de los vecinos». A los 44 años se quedó viuda, con ocho hijos. Vivían justo encima de la farmacia. «No me dieron trabajo ninguno», dice. Esta boticaria de las de antes, que sitúa el amor, «en sentido general», por encima de todo, vive rodeada de fotografías de padres, nietos, sobrinos, hermanos..., «una familia fabulosa», su mayor patrimonio.

Permaneció en activo hasta 2008. En los últimos tiempos le encantaba «ir al correo, al banco, hablar con unos y otros». Y hubiera continuado de no ser por las quejas crecientes de sus huesos. La salud es buena, pero el cuerpo anda algo maltrecho. «En la farmacia la gente te cuenta sus historias, alegrías y tristezas, y te ocurren cosas muy simpáticas. Un señor me preguntó si tenía globos y le mandé al quiosco de al lado, donde compraba los globos para las fiestas de mis hijos, y le dije que allí los vendían de colores». Hasta que descubrió que lo que buscaba eran preservativos. «Haberlo dicho, profilácticos, calcetines de viaje? ¡pero globos!». Si algo añora es salir a la calle «y charlar con todo el mundo». Y confiesa que le hubiera gustado aprender idiomas, más allá del pichinglis que tanto practicó en Guinea.

La farmacia de Marta, que estudió Biología Molecular y luego Farmacia, se parece poco a la de su madre. Quería un local espacioso y funcional y, al tiempo, atractivo. Con la ayuda de un decorador diseñó un establecimiento moderno, que poco tiene que ver con las antiguas boticas, las de los botes de porcelana, las balanzas de metal y las fórmulas magistrales. Marta está al frente de un moderno despacho, un negocio en el que los medicamentos comparten espacio con la cosmética, los productos infantiles y de parafarmacia o la homeopatía; junto a servicios de dietética, diagnósticos de piel o pruebas analíticas.

Pese a los cambios y la evolución, el trato y el consejo farmacéutico continúan siendo básicos, como en la época de Generosa. La astilla está contenta con su trabajo, que comparte con seis empleados y con los clientes.

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